Erase una vez un
hombre supuestamente bueno. Este hombre ayudaba y recogía de la
calle a todas esas almas perdidas que se iba encontrando en la calle.
Gente débil, gente que no se podía defender por sí sola y que
necesitaba de alguien que les volviera a llevar por el camino. Este
hombre se hacia llamar el Salvador, porque según el mismo decía:
"Yo salvo de la perdición a aquellas almas que ya han decidido
morir". Todo era pura fachada, ya que de puertas para adentro
este hombre, repito supuestamente bueno, trataba de forma despectiva
a toda esta gente que iba recogiendo, tratándoles de escoria y
utilizándoles poco más que como esclavos. Un día este hombre iba
caminando por la calle y se encontró a un muchacho de unos 22 años
llorando. Los ojos del hombre malo se iluminaron viendo a una nueva
víctima a la que atrapar en su red."Llorar es la mayor muestra
de debilidad del ser humano"- pensó. El hombre malo ofreció al
muchacho un lugar donde dormir y este aceptó. Dos días después ya
lo tenía atrapado. Le obligaba a hacer todo tipo de trabajos junto
con el resto de personas a las que cruelmente retenía en su
domicilio. Sin embargo, tres días después de la llegada del
muchacho, el hombre malo entró a su domicilio y se lo encontró
vacío. Todas las personas a las que allí tenía atrapadas habían
desaparecido, y junto a ellas, también se habían
esfumado los ordenadores, televisiones, dvds, relojes y demás
objetos de valor. El hombre, furioso, se dedicó las
siguientes semanas a buscar al muchacho, pero nunca logró volverlo a
ver. Con los años su actitud fue cambiando, el hombre, anteriormente
malo, aprendió de sus malos actos y montó un pequeño bar debajo de
su casa, del que vivió los siguientes 30 años.
Era el día del
65º cumpleaños del hombre y por tanto la última noche que
trabajaría en aquel bar. Tan solo dos hombres tomaban un par de
cervezas en una mesa cercana a la barra. La conversación de los dos
hombres giraba en torno a la manera en la que personas de las
sociedad esclavizaban a los más débiles. El hombre, al oír esto,
se acerco a ellos y les contó su historia de como había sido
engañado y robado, y de como eso había cambiado su forma de ser y
de ver la vida. Al cabo de un rato, uno de los dos hombres se fue al
baño, y entre tanto el otro aprovecho para pagar la cuenta. Junto a
la cuenta el hombre desconocido le entregó al dueño
diferentes recortes de periódicos. Los titulares de los recortes
decían lo siguiente: "Muchacho salva a tres personas de un
edificio en llamas" "Adolescente Atrapa a un ladrón que
pretendía robar a dos ancianos" "El muchacho de las
milagrosas salvaciones se ha enfrentado a un falso juicio por
violencia de género". Los tres titulares tenían una cosa en
común: hablaban sobre aquel muchacho que 30 años antes había
robado al hombre de 65 años que ahora, detrás de la barra, no podía
ocultar su expresión de asombro al leer esas noticias de más de 35
años de antigüedad. El hombre desconocido se quitó el sombrero y
resultó ser el que un día fue un muchacho, convertido ya en un
señor de 52 años. "Tu creíste que podías hacer de mí
un esclavo, y tan solo fue porque me viste llorando en un momento
malo de mi vida. Solo he venido hoy, 30 años después, el día
de tu jubilación, para hacerte
comprender una base de la vida":
"A veces la
gente llora, no porque sean débiles
sino porque
llevan demasiado tiempo siendo fuertes"
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