viernes, 31 de mayo de 2019

Relato corto: "La leyenda de Ashia"

El otro día tuve que escribir este relato para un trabajo externo al blog y se me ocurrió que sería buena idea introducirlo aquí. Espero que os guste, desde 2017 no subo ningún relato corto a esta plataforma, pero si veo que tiene mucho apoyo trataré de escribir otro muy pronto.

Quizás tan solo fue un aire de algún pensador engreído, quizás tan solo fueron falacias de algún bufón incomprendido, quizás tan solo fui yo que un día soñé una historia inventada. Sea como sea, os voy a contar la leyenda de Ashia, la luchadora silenciosa.

Durante muchos años un pequeño pueblo se vio sometido al más absoluto caos. Continuas guerras con pueblos vecinos asolaron todo el territorio hasta dejar casi deshabitado aquel lugar. Finalmente la guerra terminó y donde un día hubo prosperidad apenas quedaban cenizas y desesperación. Numerosos hombres que vieron la tragedia que se había cernido sobre él lo apodaron como el pueblo de Akuma (el pueblo del diablo).

Los pocos habitantes que quedaron con vida se dedicaron a tratar de reconstruirlo, embargados siempre por una pena que les mataba por dentro; hasta que un día, con el corazón roto, se dieron por vencidos y siguieron viviendo entre cenizas, acordando quedar una vez por semana en el centro de aquel lugar para llorar a sus muertos. Aquellos encuentros se denominaron “Las reuniones hexagonales” (apodadas así por la forma del pueblo)

Sin embargo, un día uno de ellos apareció corriendo en el lugar donde se encontraba el resto. Aseguraba haber visto a una niña pequeña, de no más de 9 años.

Sus vecinos creyeron que había enloquecido, pues hacía años que todos los niños que habitaban aquel lugar inhóspito habían fallecido. Pero el paso del tiempo acabó dando la razón a aquel hombre.

Una niña pequeña, de cabello marrón corto y ojos azules comenzó a aparecerse a los vecinos. Según pasaba el tiempo, más habituales se hacían sus visitas.

En numerosas ocasiones, los habitantes del Akuma habían tratado de iniciar diálogo con ella pero nunca lograban obtener respuesta. Las conjeturas no tardaron en aparecer; algunos aseguraban que era la hija del gobernador Shua que había desaparecido unos meses atrás, otros aseguraban que se trataba de una pueblerina francesa perdida en medio de la guerra del pasado, aunque la mayoría acabó por asegurar que tan solo era un espejismo, creado por las mentes perturbadas que habitaban en ellos. Aseguraban que solo era parte de un pasado que jamás volvería y que su locura, ya incurable, estaba haciendo estragos a sus mentes.

Aquellas suposiciones desaparecieron cuando la niña empezó a aparecer semanalmente en las reuniones hexagonales. No decía nada, tan solo miraba a sus integrantes, se sentaba en una esquina y con una sonrisa ingenua permanecía allí hasta que la daban por finalizada.

Pasaron los meses, y los habitantes seguían sin saber de donde salía, como se alimentaba, como sobrevivía. Según se prolongaba el tiempo, más cerca de ellos se sentaba en las reuniones y más contacto visual llevaba a cabo.

Hasta que por fin, cuando se había cumplido un año desde su primer avistamiento, la pequeña niña comenzó a llevar puñados de tierra a las reuniones. En un principio tan solo los dejaba al lado de los habitantes, pero posteriormente les iba ofreciendo puñados a cada uno de ellos.

Como era lógico nadie entendía nada y muchos de ellos comenzaron a pasar de ella y ofenderse con su presencia. La niña continuó trayendo puñados de tierra dejándolos en aquel suelo árido y un día… ocurrió.

Una mujer llamó a todo el pueblo asegurando que algo increíble había ocurrido. Todos se reunieron en el centro y observaron algo que meses atrás parecía imposible. De uno de los montones de tierra aplastada en el suelo árido había brotado una pequeña planta. Durante meses los supervivientes trataron de reflotar aquel lugar de vida, pero debido al estado del sueño y las guerras, se les hizo imposible lograr generar plantas u otros seres vivos. Para ellos era impensable poder ver de nuevo el verde lima pro aquel lugar.

Con el paso del tiempo, del resto de montones de tierra, colocados estratégicamente por la niña alrededor del pueblo, comenzaron a brotar diversas plantas, que devolvieron el color que un día se creyó perdido.

Nadie volvió a ver a aquella niña y el pueblo, que un día fue apodado Akuma, pasó a ser uno de los lugares más turísticos del condado. La gente quería ver los enormes árboles que se elevaban varios metros por encima de las casas.

La gente de aquel lugar levantó una estatua en nombre de aquella niña, que acabó siendo apodada Ashia (esperanza). Además, se mantuvieron las reuniones hexagonales, que pasaron a ser un lugar de cuentos, donde los más pequeños (engendrados con el paso de los años) escuchaban diversas historias de los más ancianos. Estas reuniones pasaron a realizarse en el árbol central, el primero que brotó a partir de un montón de tierra, que a su vez fue el más alto que se vio jamás en aquel lugar.

De esta forma no solo se creó la leyenda de Ashia, sino también la acción que conocemos hoy en día como “cuentacuentos”.

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