Erase una vez una mujer treintañera, de piel oscuro y carácter agrio. Tras muchos años de trabajo y esfuerzo había logrado asentarse en la clase media social, logrando un sueldo que le valía para poder vivir con su familia en una casa amplia en un buen barrio de Londres. Uno de los sueños de esta mujer, llamada Marie, siempre fue ponerse en forma. Ella desde pequeña soñaba con la idea de haber sido una gran deportista de élite, con una capacidades físicas envidiables y un abdomen bien definido. Al haber logrado esa estabilidad económica, decidió tratar de acercarse a ese sueño de algún modo, asique se apuntó a un gimnasio que había cerca de su casa.
Pasados los días desde que se registró y pagó la cuota anual, decidió ir a comenzar con las rutinas que le llevaran a ser algo cercano a una culturista. Al llegar allí se le iluminó la cara, estaba lleno de personas de físico envidiable y músculos bien definidos. Lo primero que hizo fue pedir una hoja de rutinas para principiantes en la recepción, y una vez que la obtuvo comenzó a realizar los ejercicios que en ella venían escritos. Empezó con 20 minutos en una bici estática y después comenzó a realizar con poleas y pesas de pocos Kilos los ejercicios de hombros. Al cabo de un rato, en el descanso de la rutina, se acercó a uno de los bancos que había alrededor de la zona de pesas. En él tan solo había sentado un hombre joven, moreno y no especialmente fuerte, que se entretenía leyendo un libro en silencio. Marie se sentó en el banco y posó su bolsa. Apenas pasaron unos segundos y la mujer decidió ir a la recepción a por una barrita energética para tratar de recuperar fuerzas y encaminar así la 2a parte de la rutina con mas dinamismo.
-Disculpe- Dijo dirigiéndose al hombre. -Puede vigilarme la bolsa un momento, voy a tratar de ir a por unas vitaminas.
Pero no obtuvo respuesta del hombre. De hecho, él permaneció ahí, en silencio, atentó al libro y sin mirarla en ningún momento.
Marie frunció el ceño y levantando un poco más la voz repitió -Estoy hablando con usted, ¿hola? ¿Me cuidaría la bolsa unos minutos?
Sin embargo, una vez más el hombre ignoró por completo a Marie y continuó en la lectura sin intercambiar palabra con ella.
La mujer se levantó muy enfadado y se fue a por las vitaminas. Al cabo de unos segundos volvió y decidió continuar con la 2a parte de los ejercicios, dejando su bolsa en aquel banco. -"A fin de cuentas no creo que nadie me la robe"- pensó.
Pasó otra media hora en la que se había dedicado a hacer ejercicios de pecho y abdomen, con varias repeticiones. Los dolores ya empezaban a asomar por su cuerpo pero a ella eso le gustaba. Para ella tan solo era una prueb que demostraba que estaba trabajando bien todos los músculos de su cuerpo. Durante ese tiempo también se había dedicado a observar al hombre del banco, el cual no se movió allí en ningún momento, absortó por completo en su lectura. De vez en cuando pasaba algún muchacho y le tocaba el hombro o la cabeza a modo de saludo, y él levantaba la vista de su libro y sonreía. Esto no hacía más que enervar a Marie, que no paraba de preguntase cual era el problema de aquel tipo y el por qué de que no le dirigiese ni la mirada.
Tras finalizar esta segunda rutina de ejercicios, ya solo le quedaba la tercera y última. Pero ahora tocaba descanso, momento que aprovecho para volver al banco donde estaba su bolsa y de paso tratar de nuevo de charlar con aquel hombre.
Marie se sentó y durante unos segundos miró en silencio al hombre. Al paso de ese tiempo comenzó de nuevo a tratar de entablar una conversación.
-¿Qué libro es? -preguntó con la mayor sonrisa y mueca de amabilidad que pudo conseguir. Pero, de nuevo, no obtuvo respuesta de ningún tipo.
-¿Pero a ti qué te pasa? ¿Cuál es tu problema conmigo? De todos modos ,¿sabes qué? creo que ya lo se. Desde que te vi lo supe. Eres uno de esos, ¿verdad?- Pero el hombre ni se inmuto.
Finalmente la paciencia de Marie se vio consumida y comenzó a gritar: -¿Es por mi color de piel verdad? ¿eh? ¿Es porque soy negra? ¿es eso? ¡A los blanquitos que se te acercan bien que los saludas, pero yo como soy negra pues no! ¿Sabes lo que eres? ¡ERES OTRO DE ESOS RACISTAS,un tipo sin tolerancia ni personalidad que no merece ser participe de un mundo que lucha por la tolerancia y el respeto!
El hombre levantó su vista del libro y con una mueca de entre sorpresa y confusión miró directamente a la cara de la mujer.
-¿Ahora me miras? ¿Sabes qué? ¡Qué te den!- Y acto seguido Marie se fue a terminar su rutina.
Durante la siguiente media hora Marie se dedicó a machacarse las piernas. Cuanto más dolor sentía más cerca creía ver ese objetivo. El tiempo se pasó volando y cuando terminó estaba absolutamente reventada. En todo ese tiempo se había olvidado por completo de aquel solitario hombre que le había traído por la calle de la amargura. Dirigió su mirada hacía el banco, pero aquel extraño individuo ya no estaba. Marie no pudo contener el alivio interno de ver como aquel impresentable había decidido irse.
Marie se acercó al banco a recoger sus cosas, pero al mirar dentro de su bolsa descubrió algo sorprendente. Dentro había una hoja de papel un poco arrugada y escrita con una letra firme. Tras la sorpresa inicial, Marie comenzó a leerla: "Buenas tardes, mi nombre es Samuel. En primer lugar hace un rato observe que usted realizaba unos gesto de enfado y desaprobación hacia mí por lo que, si le he molestado en algo, le pido mis más sinceras disculpas. En segundo lugar explicarle que, cuando era muy pequeño, en un accidente de tráfico en el que murieron mis padres perdí todas las capacidades auditivas, lo cual también me llevo a no poder hablar. Es decir a día de hoy soy sordomudo en mi totalidad, por lo que si se dirigió a mí en algún momento y yo no le presté atención fue por el simple echo de que no me había percatado de ello."
Fue terminar de leerla y unas tímidas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. Resulta que, a pesar de la idea que creía tener, los prejuicios los tuvo ella en lugar de él.
Tras ese día y a pesar de haber pagado un bono por todo un año, Marie nunca más volvió a pisar aquel gimnasio y además aprendió una lección que le valió para el resto de su vida.
"El prejuicio es una carga que confunde el pasado, amenaza el futuro y hace inaccesible el presente" - Maya Angelou
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